El restaurante Potos está llamado a ser nuestro comodín al mediodía porque lo tenemos muy a mano, se come casi como si hubiera cocinado tu propia madre y es barato.
Desde que se entra por la puerta se siente uno en un lugar familiar, y así es: mientras la hija te toma nota, la madre se desenvuelve entre fogones con la soltura de quien lleva toda su vida dando de comer a unos y a otros.
Es un local
sin sofisticaciones, de manteles de papel y cubiertos desiguales, pero todo eso se olvida delante del salmorejo o la tortilla de patatas que prepara la doña.
Las opciones del menú del día no son muchas (tres primeros y tres segundos), pero equilibradas, y siempre platos de la
cocina patria más tradicional, que va de las lentejas a las verduras salteadas y de las croquetas al atún a la riojana.
Este tipo de restaurantes suelen caer con facilidad en el fritoleo y el bistec grasiento, pero no es el caso de Potos, aunque, eso sí, ha sucumbido a la patata frita congelada.